Tiempo. Todos queremos días más largos y años más duraderos. ¿Quién no se ha visto en enero haciendo planes, para de pronto encontrarse en noviembre pensando en lo rápido que el año se ha ido? Creo que todos.
Pues algo muy similar sucede en la planeación de bodas.
El factor tiempo es tan peculiar en estos procesos, que es curioso y quizás irónico la existencia de aquellos que deseamos amoldarlo a nuestro gusto con el solo fin de servirnos bien. Todo es muy válido hasta que caemos en la imposición de los tiempos personales sobre los tiempos ajenos.
En bodas, respeta tu proceso. Hay cosas que apremian y hay cosas que no. Y si tu planeador ha estructurado tu proceso de tal forma que las prioridades se cumplan, la toma de decisiones se haga de manera correcta y los gustos se satisfagan, no trates de corromper el orden. Porque de hacerlo, los picos de estrés aparecerán y el proceso, por ende, se enturbiará.
Los planes pueden cambiar. Los gustos aún más. Pero cuando las cosas se planean de tal forma que dejamos espacio para la asimilación del flujo de información y la apreciación de todas aquellas partes que forman una boda, la cosa se disfruta más.
Al final del día, el evento como tal, no durará más allá de doce horas. Por ello, busca y encuentra la forma de disfrutar el proceso de principio a fin, confiando en que alguien está velando por el cumplimiento de los deberes y tu propia tranquilidad. Deposita tu confianza y cede el control en aquellos rubros donde no sostienes la batuta. Verás que las cosas se acomodan en su lugar y la experiencia, lejos de resultar tortuosa y agobiante, despertará matices que valdrá la pena apreciar.
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